31.8.14

Víctimas de acoso escolar son posibles agresoras

“Nos mediremos ¿sabes o no sabes pelear?” Esta provocación, lanzada por uno de sus compañeros de curso, dio inicio a una serie de acosos psicológicos y físicos que Carlos (nombre ficticio) vivió en un colegio de Tiquipaya.

“Me agarraba de mi camisa, me decía marica y me pegaba en la cara”, recuerda Carlos.

Este adolescente de 14 años, por motivos de traslado de domicilio, según explicó su padre Bismark U., se incorporó recién el segundo bimestre de esta gestión a una unidad educativa de Tiquipaya.

Y, como todo estudiante “nuevito”, intentó adaptarse a sus compañeros de curso, sin embargo, muchos de ellos, sobre todo los varones, se mostraron hostiles.

Es así que, más de una vez, lo retaron a pelear a la salida de clases, pero el adolescente, temeroso porque no sabía hacerlo, siempre rehuía a los enfrentamientos.

Hasta que un día, cansado de uno de sus compañeros que lo desafiaba a pelear, e incluso le pegaba recurrentemente en la cara enfrente de los estudiantes, para demostrar su superioridad, aceptó.

Es así que ambos se dieron cita “en la canchita de afuera del colegio”, y a vista de algunos curiosos, la pelea empezó.

Como era de esperarse, el acosador, ni siquiera aguardó a que Carlos se quitara la mochila e interrumpió su accionar lanzándole el primer puñete en el rostro.

“Lo que hice fue agarrar sus puños y le dije que se calmara, que era una broma”, recordó Carlos.

No obstante, al día siguiente el acoso contra Carlos se tornó más agresivo, pues su compañero no solo lo ofendió divulgando que pegó al pollo (un apodo más que le puso a Carlos) y que lo mandó a su casa llorando, sino que también se atrevió a golpearlo en plena clase.

Por fortuna, un maestro calmó a los alumnos y los trasladó a la Dirección del colegio. Entonces, según Carlos, la primera autoridad del colegio reprendió a los agresores y les dijo que eso que le hacían a Carlos era bullying.

Además, advirtió con comunicarlo a la Defensoría de Niños, Niñas y Adolescentes, e incluso los amenazó con la expulsión.

Sin embargo, en opinión del padre de Carlos, la directora “actuó con inoperancia” e indirectamente se convirtió en cómplice de los acosadores.

Esta aseveración se respalda en los hechos que marcaron la etapa final de este gran infierno que vivió en una pequeña aula Carlos.

Las palabras de la directora, de poco o nada sirvieron para minimizar el acoso físico y psicológico que sufría Carlos.

Entonces, el adolescente, cansado de su situación y respaldado por uno de sus compañeros que compartía su dolor (también era acosado), llevó un arma de fogueo a su colegio.

Según dice Carlos, su compañero que también era víctima se sorprendió al ver el arma y aceptó que Carlos la guarde en su mochila.

No obstante, pese a que ninguno de los dos tenía claro qué es lo que harían con la pistola, el compañero víctima reveló a otras personas que tenían un arma, aunque ningún profesor lo advirtió.

Fue el regente de la unidad educativa quien encontró la pistola al revisar la mochila de la segunda víctima de bullying, quien se defendió indicando que no le pertenecía.

El hecho se reportó a la DNNA de Tiquipaya y a la Policía, además se citó a los parientes de los menores.

Carlos dice que por temor no le dijo nada a su padre, mientras que su compañero llevó a su hermano para que lo defienda.

Al final, la segunda víctima de bullying se zafó del problema y Carlos fue sancionado con tres días de trabajo comunitario a medio tiempo, terapias psicológicas para él y su familia, 10 sesiones en la escuela de padres y con la expulsión de su colegio.

Esta determinación se dictaminó sin realizar un análisis previo de la situación que enfrentaba Carlos, y según el psicólogo Marco Antonio Tapia, esto es lo que casi siempre suele suceder en los casos de bullying, es decir se estigmatiza más a la víctima que al agresor.

Según Tapia, aún muchas unidades educativas no están preparadas para enfrentar este tipo de casos y lo que prima, más que la integridad de las víctimas, es su prestigio.

Indicó que la acción correcta era notificar a los profesionales correspondientes desde que se conoció el caso de bullying.

Alerta con moretes, ropa rota y pesadillas

Hay indicios que alertan que un niño, niña o adolescente sufre acoso escolar, de tipo físico o psicológico, aunque éste se resista a contar lo que le sucede.

Desde la Defensoría de los Niños, Niñas y Adolescentes de Colcapirhua se recomendó a los padres de familia que estén atentos a indicadores de riesgo, uno de ellos es la falta de motivación para ir a la escuela.

Por otra parte, los que son agredidos por sus compañeros generalmente presentan repentinos cambios de conducta. Por ejemplo, tristeza, aislamiento, depresión, pesadillas, trastornos psicosomáticos y cambios de humor, entre otros.

Otra forma de advertir si su hijo sufre acoso escolar es examinando su cuerpo en busca de moretones, chinchones o rasguños.

La ropa estropeada, los libros sucios o rayados y la pérdida de objetos (principalmente el dinero o los materiales escolares), es también un signo.

En este tipo de casos, basados en las normativas, es recomendable denunciar el caso a la Defensoría de los Niños, Niñas y Adolescentes, pues los profesionales de la institución realizarán una intervención oportuna.

Por su parte, los maestros, entre otras cosas, deben controlar minuciosamente los períodos de descanso, momento en el que más suele suceder el bullying.

Hay cinco denuncias cada mes en Colcapirhua

El área de Psicología de la Defensoría de los Niños, Niñas y Adolescentes (DNNA) de Colcapirhua realizó un diagnóstico sobre el acoso escolar en diferentes unidades educativas del municipio.

Para ello, según el psicólogo de la DNNA de Colcapirhua, Antonio Castro, se desarrolló un programa piloto de intervención dentro del ámbito preventivo, que actualmente está en ejecución y que arrojó algunos resultados a los que este profesional se refirió.

P: ¿Hay bullying en las unidades educativas de las provincias? ¿La incidencia es mayor que en el Cercado?

R: Sin duda alguna existe el fenómeno del bullying o acoso escolar en las provincias del departamento, pero la incidencia es menor que en el Cercado porque existe una diferencia significativa en relación a la cantidad de colegios y afluencia de alumnos.

P: ¿Cuántos casos de bullying atiende como promedio mensualmente la Defensoría de Niños, Niñas y Adolescentes de Colcapirhua?

R: Por mes, la Defensoría de Niños, Niñas y Adolescentes atiende un promedio de cinco casos. Sin embargo, se tiene que tomar en cuenta que muchas situaciones no son denunciadas por diversos factores como el temor, amenazas o coacción hacia la víctima, el acuerdo o arreglo que realizan los padres de familia involucrados. Otra causa que impide las denuncias tiene que ver, de alguna manera, con el accionar de las unidades educativas.

Éstas socapan el fenómeno bajo el pretexto de no afectar el prestigio institucional del colegio. Por tanto, adoptan medidas desde el interior del establecimiento.

P: ¿Estudiantes de qué niveles sufren más el acoso escolar?

R: Este fenómeno es indistinto en cuanto al grado escolar, edad, sexo o nivel socioeconómico, es decir, el bullying no discrimina y está presente en todos los niveles. Sin embargo, la incidencia es mayor en el nivel secundario.

P: ¿Qué factores influyen para que haya acoso escolar?

R: Este fenómeno es multifactorial, es decir, existen varios factores que inciden. Entre los más importantes tenemos los siguientes:

- Personal: el perfil del acosador escolar se caracteriza por una ausencia de empatía hacia el otro, es decir, existe una incapacidad para ponerse en el lugar del estudiante víctima y ser insensible a su sufrimiento.

- Entorno escolar: En algunas ocasiones dentro de las aulas existe una ausencia de autoridad del profesor o una excesiva permisividad ante la aparición de este fenómeno.

- Familiar: La familia se constituye en un núcleo de aprendizaje constante, en algunas familias está presente la violencia intrafamiliar y el alumno al estar inserto en un clima de violencia cotidiana replica ese comportamiento en el entorno escolar.

- Social: Fenómenos sociales como el alcoholismo, la drogadicción, las pandillas o grupos delincuenciales, la migración con la consiguiente desintegración familiar también contribuyen en este fenómeno.

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